Como sabéis bien, en Lampyridae nos dedicamos a la comunicación, más concretamente, a la comunicación publicitaria. Hacemos vídeo, nos movemos en redes sociales o diseñamos folletos y láminas prestando atención hasta el último detalle. Pero cada vez que explicamos lo que hacemos tenemos inevitablemente que explicar también la importancia de una buena comunicación y la necesidad de invertir en publicidad.
No vamos a dar una lección en teoría publicitaria ni a descubrir nada nuevo en sus beneficios porque personas que sabían mucho más del tema que nosotros ya lo explicaron mucho antes. Así que vamos, como dijo Newton, a ver más allá subidos a hombros de gigantes.
La publicidad sirve, entre otras cosas, para informar o consolidar actitudes. Puede motivar una compra. También puede promocionar una empresa o fomentar una actitud o idea. Como nos encanta el suspense, la publicidad también puede generar expectación con respecto a un acontecimiento o un producto. En definitiva, la publicidad sirve para que te reconozcan en un universo lleno de competidores. Como dice este artículo en Winred sobre los beneficios de la publicidad:
Cada producto posee una personalidad propia y causa una imagen mental en el receptor. Para que exista el producto en la mente del consumidor necesita de la publicidad.
Pero la creación de una marca no es algo que suceda de un día para otro, Luis Bassat lo comparó con la construcción de una catedral en la que participan muchas personas con un objetivo común y en El libro rojo de las marcas habló de la idea de que cada anuncio es parte de la inversión a largo plazo en la personalidad de una marca. Por lo tanto, es imposible ver resultados directos de un día para otro, sin embargo, lo que sí se puede hacer es medir la respuesta y el rendimiento de nuestras acciones hasta construir algo grandioso.
Otro de los problemas que nos encontramos en nuestro día a día es aquello de “tú eres el que tiene la necesidad de vender, así que enséñame qué puedes ofrecerme”. Es cierto, nosotros tenemos la necesidad de vender, pero a quien sabe que necesita, o, al menos, lo sospecha. Es decir, cuando entramos en un centro comercial para comprar calzado, no nos dirigiremos al mismo tipo de tienda para adquirir unos zapatos de vestir o unas zapatillas deportivas. No iremos a una boda de sport y ni a correr en tacones. Ni pretenderemos que un calzado de tela cueste lo mismo que uno de piel.
En publicidad, diseño, vídeo... ocurre lo mismo. Cada servicio responde a una necesidad, a veces es necesaria la opinión del profesional para conocer cuál es la mejor solución, pero es necesario saber qué objetivo concreto queremos lograr ¿es informar sobre una promoción concreta? ¿mejorar la atención al público? ¿dar a conocer un nuevo servicio? Y para ello es necesario responder a un gran número de cuestiones ¿quién va a ser mi público? ¿qué canales utiliza? ¿qué necesidades tiene?...
David Ogilvy es uno de los grandes nombres de la publicidad y sus ideas siguen siendo tan válidas ahora como cuando creó su agencia a mediados del siglo XX. Además de resaltar la importancia de conocer al consumidor, sus necesidades y el objetivo de la campaña; Ogilvy también destacó que el propósito principal de la publicidad es vender y que lo creativo, original o simpático que pueda ser un anuncio es secundario. Porque, al fin y al cabo, si el mensaje no llega o no se entiende y por tanto no se traduce en ventas ¿de qué sirve? Hemos aprendido mucho con los mandamientos de la publicidad de Ogilvy.
Terminamos con una frase de Henry Ford, el fundador de la Ford Motor Company quien introdujo la producción en cadena y revolucionó el sector automovilístico. Esta idea nos parece completamente actual y resume la actitud que a veces tomamos hacia la publicidad:
Dejar de hacer publicidad para ahorrar dinero es como parar el reloj para ahorrar tiempo.
Cartera. Llaves. Móvil. Perfecto, puedo ir al fin del mundo. Este es el repaso mental que hacemos cuando salimos de casa (no siempre en este orden). Y es que el teléfono móvil se ha convertido en parte de nuestras vidas de una manera tal que casi es imposible distinguir dónde acaba nuestra mano y empieza nuestro terminal. Pero los móviles multitarea que conocemos hoy y que entran en el bolsillo de prácticamente cualquier pantalón (porque los fabricantes de ropa siguen sin querer diseñar pantalones de mujer en los que entre algo más que una moneda de 10 céntimos), tuvieron un pasado bien diferente.
Hoy nos detenemos a observar la evolución física de los teléfonos móviles y cómo no, las diferentes prestaciones para los que lo hemos utilizado. Porque ¿quién no recuerda aquello de "hacer llamadas perdidas" como forma de saludo habitual o las largas conversaciones vía SMS? A los teléfonos de la actualidad les falta poco más que incorporar la función microondas pero todos, incluso la tecnología, tenemos un pasado.
Es difícil escribir, pensar, decir o hacer algo que no esté escrito, pensado, dicho o hecho ya. Lo ha sido siempre y lo es más aún ahora que con tan sólo apretar un botón tenemos al alcance de nuestra mano tanta información que tendríamos que vivir varias vidas para ser capaz de asimilarla. Y a pesar de eso, quizá sea ahora cuando más se necesita escribir, pensar, decir o hacer cosas.
Nunca hemos tenido tantas posibilidades como ahora, nunca los astros se habían alineado de la forma en la que parecen haberlo hecho en la actualidad para que cada uno podamos expresarnos, compartir, crear o pensar. Y a pesar de todo eso, a veces no queremos darnos por enterados, a veces creemos que el mundo ha evolucionado hasta llegar a nosotros y que no tiene planes más allá. A veces nos creemos la cúspide y nos comportamos como si fuéramos el puzle completo cuando en realidad somos una pieza más.
Y precisamente por ser una pieza más de lo que sea que estamos viviendo, tenemos la obligación de hacer algo por nuestra parcela de puzle, estamos obligados a colorear, a ser la esquina o el borde del cuadro. Quizá nuestra función no es ser algo primordial, quizá no somos el elemento que le dé sentido al total, pero si no buscamos ser algo, si somos nada, estamos fallando en todo.
Lo curioso es que en ocasiones nos creemos los reyes del mundo, creemos estar por encima de todo y otras veces nos menospreciamos tanto que simplemente creemos que no podemos aportar nada. No vamos a descubrir la cura del cáncer, ni vamos a conseguir darle el valor exacto al número pi; no seremos capaces de poner un pie en Marte ni de crear un nuevo movimiento artístico. ¿Para qué hablar entonces?
Debemos hacerlo por dos motivos. El primero, porque no sabemos en qué medida cualquiera de las cosas que hagamos, de una forma u otra signifique algo para los demás. ¿Y si cualquier cosa que pudiéramos hacer o decir encendiera una chispa en otro que le hiciera a su vez hacer o decir otra cosa? ¿Y si esa chispa termina por significar algo? Quizá cambiar el mundo nos viene grande, quizá todas esas frases de grandeza de las películas o de los posters de la Fnac son utopías, pero el mundo no tiene por qué empezar a cambiarse en la economía global. Hacer algo por la pequeña parcela de puzle que se nos ha asignado es en buena medida cambiar algo, por simple e insignificante que esto sea.
El segundo motivo por el que hablar es más egoísta, menos trascendental y si me apuráis, más prepotente. Es simplemente el por el mero hecho de realizarnos. Porque signifique lo que signifique eso de la realización personal, está estrechamente ligado con mostrar lo que somos. Creemos que expresarse es sólo hablar, cuando en realidad hay tantas formas de hacerlo como personas. Hay quien lo hace pintando, cantando o escribiendo; hay quien quiere decir algo cogiendo una probeta, resolviendo una ecuación o mirando a las estrellas. Ninguna es menos válida que otra ni más acertada que su opuesta. Todas son, todas están, todas dicen.
Se nos llena la boca diciendo que somos diferentes a los animales porque nosotros tenemos el don de la razón. Mostrémoslo entonces.
Muchos ya no tienen fe en la humanidad, la perdieron en la Guerra de Troya, con la creación de la Inquisición, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, en algún campo de concentración nazi o en una de las Torres Gemelas.
No sabemos si eso que dicen de que cualquier tiempo pasado fue mejor es verdad, lo que sí sabemos es que nos gusta viajar a través de los años. Tenemos un Delorean preparado para hacerlo y varias fechas a las que pasar revista. Nos abrochamos el cinturón y nos vamos, sin necesidad de una agencia de viajes y con la esperanza de encontrar una época en la que poder quedarnos, que la nuestra se está volviendo un poco loca.
Mira que te lo dije, Julio César
Este trasto en el que viajo, me ha llevado al año 44 a. C. Veo a unos señores comiendo uvas, vistiendo unas túnicas de lo más estilosas y con unos peinados que no dejan lugar a duda: estoy en Roma.
Todo el mundo parece bastante agitado y necesito saber el motivo. Me dirijo a unas termas, que es donde se cuece el bacalao, a ver qué me cuentan. A juzgar por el olor a vino, deduzco que ya llevan unas cuantas horas a remojo (por fuera y por dentro), seguro que con esa facilidad de palabra que otorga el zumo de uva fermentado, me cantan hasta La Traviatta: “¡Ave, amigos! ¿Sobre qué conspiráis?”.
Me cuentan con pelos y señales a qué se debe el bullicio que hay en la ciudad: hoy es 15 de marzo, los Idus de Marzo. Resulta que los romanos celebran todos los meses los idus o días de buenas noticias, y este mes se lo dedican a Marte, Dios de la Guerra. ¡Pero cómo les gustan a estos las fiestas, ríete tú del puente de la Constitución! El caso es que hace unos días, un buen hombre llamado Espurina, (que en nuestro tiempo tendría un canal de televidencia con un fondo de efectos psicodélicos y música cósmica) le ha dicho a Julio César que le van a dar pasaporte, que va a irse a catar vino con Rómulo y Remo al más allá, que ya no va a hacer falta que disimule su alopecia peinándose hacia delante… que lo van a matar, vaya.
El tal Espurina ve el futuro hurgando en las vísceras de animales (una forma de leer el futuro tan digna como otra cualquiera) y advirtió al césar: Julio, amigo, te van a matar no más tarde los Idus de Marzo. Y ojo, tiene mérito haberse atrevido a decir una fecha, lo que ya no es tan meritorio era saber que a Julio César le quedaba de vida menos tiempo de vida que a un cristiano en el coliseo. La gente lo acusaba de querer acabar con la república y acaparar todo el poder y es que claro, tenía una fama de mandón que le precedía.
Al parecer, antes de ser el césar, Julio estaba en las Galias controlando a Asterix y a Obelix, pero él quería manejar asuntos más serios en Roma, así que, bajo amenaza de ser juzgado, cruzó el río Rubicón y dijo eso de “alea jacta es”, ese famoso “la suerte está echada” que aún conocemos hoy en día. Vamos que desde el principio se le vio el plumero con eso de echarle arrestos al asunto y querer ganar poder.
Salimos de las termas y vemos pasar a unos camilleros de la época corriendo en dirección al foro. Nos acercamos y comprobamos que han dejado a Julio César como un colador. A golpe de daga, se lo han llevado por delante y el teléfono 902 de Espurina está echando humo por haber dado en el clavo.
Mira que te lo advirtió, “cuidado con los Idus de Marzo”...
Hay que pensar un poco
Escapo rápido de Roma, que aquello está muy liado con el magnicidio. Programo el panel de mando y aterrizo en Rusia en 1983. Es 26 de septiembre y se nota que empieza el otoño.
Entro en un bar y veo al fondo, a un hombre sudando a mares y no parece que sea por la temperatura rusa. Me acerco a hablar con él y se presenta como Stanislav Petrov, teniente coronel a cargo del búnker Serpujov-15, que es el lugar desde el que la inteligencia rusa controla la defensa aeroespacial.
El bueno de Stanislav me cuenta que esta medianoche detectó cinco misiles americanos dirigiéndose a la URSS. En un principio pensó que la Guerra Fría se iba a poner de lo más caliente, así que descolgó el teléfono para poner a todo el mundo alerta y advertir de que igual era buena una confesión rápida, por si acaso era el último día que pasaban en este mundo. Sin embargo, Stanislav pensó durante un momento: ¿quién es el tonto el haba que empieza una guerra con sólo cinco misiles? Keep Calm and Drink Vodka.
Así que el teniente coronel Petrov, conociendo los fallos que se podían dar en el satélite OKO, decidió no alertar a sus superiores, lo cual acabó siendo un acierto porque como bien pensó Stalislav, nadie empieza una guerra con cinco misiles. Resulta que, debido al equinoccio de otoño, se produjo una extraña conjunción Tierra-Sol-satélite que acabó provocando señales térmicas similares a las de los misiles.
Aquí todo está tranquilo, la Guerra Fría sigue en el congelador, y esto será conocido como "el incidente del equinoccio de otoño", una de esas anécdotas tontas que recordar en las comidas familiares. Pero el bueno de Petrov sabe que sus superiores no le van a perdonar que no siguiera el protocolo y los alertara en cuanto vio las señales. Hay tiempos, lugares y personas, que no perdonan a quien piensa por sí mismo y le echa un poco de sensatez al asunto.
Apurando con él el último trago de vodka le susurro: “no te preocupes Stanislav, en 2006 la ONU te homenajeará. Menos da una piedra”.
El peculiar cura Merino
Dejo a Petrov maldiciendo su sensatez y vuelvo a tierra patria. El panel de control marca 7 de febrero de 1852. Bajo de mi Delorean y después de Roma y Moscú, me aposento en un ruidoso Madrid.
Por mis viajes sé, que cuando hay tanto bullicio en la calle, no se puede esperar que esté pasando nada bueno. Sigo a la gente y pronto veo a un hombre vociferando en el patíbulo. El verdugo está engrasando el tornillo del garrote vil y caigo en la cuenta de que el condenado lleva sotana. “¿Se van a cargar a un cura?” Le pregunto al hombre que tengo al lado. “Este cura es un demonio”, responde él.
Me cuenta que el condenado es un tal cura Merino, otro muy distinto al famoso guerrillero que le plantó cara a Napoleón. A éste, al parecer, le faltó tiempo en ir a visitar a Fernando VII nada más volver a pisar suelo a este lado de los Pirineos y le espetó un claro y conciso: “o te la tragas o te mato”. Se refería a la Constitución de 1812, que ya sospechaba el hábil párroco que el monarca no estaba muy por la labor de dejar el absolutismo.
Y tanta inquina le cogió a los Borbones, que hoy se encuentra a punto de que le disloquen la apófisis odontoides de la vértebra axis sobre el atlas en la columna vertebral, porque hace cinco días se fue a por Isabel II, navaja de Albacete en mano, para acabar con su reinado. Quizá la Biblia no la leía mucho, pero seguro que había leído en algún lado aquella frase de Robespierre: “decapitar al Rey es una medida indispensable para la salud pública”. Merino decidió dejar eso de las cabezas rodando como melones para los galos, pero intentó buscar la salubridad por otros medios. La suerte de estar entrado en carnes, debió pensar Isabel, es que, a falta de chalecos antibalas, buenos son corsés y ropajes del siglo XIX. Porque resulta que la navaja del clérigo no tuvo nada que hacer con la vestimenta de la reina y apenas la hirió.
Merino fue apresado y después de preguntarle insistentemente si tenía cómplices, le hincharon el alzacuello y soltó una frase que demostró que igual un poco ido, estaba, pero que amor propio no le faltaba: “¿pero os creéis que en España hay dos hombres como yo?”.
¡Claro que sí, Merino, ante todo, quererse a sí mismo!
Estas historias y unas cuantas más, pueden leerse en el libro divertido y ameno libro de Nieves Concostrina “Menudas Historias de la historia” (La esfera de los libros, 2009).
Por mucho que nos pese y por muy orginales que nos creamos, generalmente todos respondemos ante ciertas etiquetas que nos definen. Eso sí, lo que podemos cambiar es la forma de explicar esos perfiles en los que encajamos. Nosotros hemos optado por desarrollar una tipología... algo diferente.
Empezamos con las féminas. Estos siete personajes de Juego de Tronos dicen mucho de ellas y de su carácter, especialmente en sus relaciones con el género masculino. Estáis a tan sólo un click de descubrir cuál es tu (su) personaje (con todo lo que ello implica).
Ahora bien, ¿quién eres tú?
PD: próximamente, tipos de hombres según Star Wars.
Por Caroline Timm, arquitecta.
Pensemos en el gesto que hacemos con las manos para cubrirnos de la lluvia, pues bien, probablemente ese mismo fue el que hicieron nuestros antepasados para sentir un techo sobre sus cabezas. De ese gesto inicial de humilde cobijo nace la arquitectura. Ese principio tan lejano nos recuerda nuestra estrecha conexión con la naturaleza.
Una vez había obtenido un refugio para sí, el hombre sintió la necesidad de la construcción de un abrigo para los dioses y, conforme avanzaba la organización de las civilizaciones, fueron los locales para las funciones de las ciudades los que requerían también una construcción propia. La sofisticación del pensamiento de la sociedad producía desarrollos técnicos que acabaron convirtiendo las construcciones en más resistentes, más funcionales y también, más bellas.
Las primeras construcciones guardaban un vínculo con el ambiente natural en el que se hallaban. Esto era debido a que los materiales empleados eran aquellos que se encontraban disponibles en el lugar de asentamiento. Ejemplo de esto es el barro, utilizado en el tapial o moldeado y secado al sol para obtener ladrillos de adobe. La relación con el medio natural se daba también por la implantación de cada construcción en el paisaje, estableciendo una relación única entre la arquitectura y su lugar, casi una poesía, donde la construcción brotaba de su asentamiento dialogando con el paisaje.
Actualmente estamos inmersos en la era de las relaciones globales, instantáneas y virtuales. Y la arquitectura no iba a ser diferente. Las construcciones son ejecutadas rápidamente, con técnicas y materiales pre moldeados, producidos y transportados fácilmente desde y hasta cualquier sitio. Como si se tratara de las piezas de un Lego, son montados a una velocidad increíble en cualquier gran metrópoli.
Los progresos son muchos y hasta hace poco tiempo, impensables. El software posibilita precisión de dibujo, de cálculo estructural, de visualizar el objeto construido, etc., y a la vuelta de la esquina nos queda por explorar las enormes posibilidades que nos ofrece la impresión 3D.
Si reflexionamos sobre la condición de nuestra sociedad actual, nos preguntamos cómo evolucionará ésta y si será sostenible. En ese sentido nos podemos preguntar: ¿a dónde camina la arquitectura? Y sobre todo, ¿qué nuevas necesidades nos presentará el futuro para tener que construir?